Madrid, Madrid, Madrid,...

No hace falta mucho para enamorarse de esta ciudad. Cuanto más la paseo, más la quiero. Sus rincones, sus gentes, sus olores y colores. Sus ruidos y sus silencios. Sus contrastes, a veces desgarradores.


Nosotros mismos somos simples espejismos. Nos confundimos con la multitud, nos mimetizamos hasta tal punto con el entorno que no nos damos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor.


No nos percatamos de que en el escaparate de una cordelería pueden encontrarse patrones y colores muy interesantes. Seguro que el tendero ha pasado largos ratos ordenando su escueto escaparate para que casi nadie lo mire. Pero de repente algo te llama la atención. Encuadras en el espejo de enfoque y disparas. Todo en la vida cobra sentido cuando le pones límites. Aunque éstos sean únicamente los límites de un fotograma.


De éstas apenas recuerdo una. Estaba en Villa Lola, la casa de mi bisabuela en Gandarío, cerca de Sada (La Coruña). Era verde y de la marca "Orbea". Los frenos eran accionados por varillas y yo apenas llegaba a los pedales. La humedad de Galicia año tras año deterioraba las ruedas y los cromados. Las pastillas de freno estaban cristalizadas y el sillín, de un rancio cuero, se abría sin remedio por la parte delantera. Es imposible que sea la misma, pero me paré un rato delante de ella en cuanto la vi. Los recuerdos brotaban...y disparé la foto.


¿Os acordáis de esos espejos en el Parque de Atracciones en los que te veías gordo, alto, bajo, flaco y nunca guapo?

También los hay por el centro de Madrid...


Se acabó la película en color. Ahora toca en Blanco y Negro. Y para el Blanco y Negro hay que cambiar la forma de mirar. El Metro, el mejor metro del mundo sin duda, es un hervidero de historias anónimas en medio de una multitud sorda que únicamente espera llegar a su destino teniendo cuidado para no introducir el pie entre coche y andén...


Como hervidero es la Puerta del Sol el día de Nochebuena. Nadie repara en nadie y apenas puedes caminar sin tropezarte con la dura realidad de esta crisis.


Realidad que a los más pequeños se les escapa. Sobre todo, porque sus abuelos saben cómo ocultarla pues la sufrieron hace muchos años. Pero esos, eran otros tiempos...



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